LA PAUSA
Era la última paciente del día y la más
difícil. Reviso el historial que tenía ante él: un tumor muy agresivo, un
crecimiento muy rápido, un sitio muy complicado. Todo su equipo había estado de
acuerdo: se requería un tratamiento agresivo, inmediato, combinando cirugía,
radioterapia y quimioterapia.
Levantó la cabeza y la miró. La mujer ya no
era tan joven lo que complicaba todo aún más. Estaba sentada ante él con la mirada serena.
En los ojos de su pareja, en cambio, le pareció adivinar una sombra de
desesperación.
- ¿Está segura? –insistió.
Vio como ella, antes de contestar, buscaba la
mano de su marido.
- Sí. No quiero ningún tratamiento.
Aquellas dos manos se unían la una a la otra como
una declaración de intenciones. Aún así, se sintió obligado a exponer de nuevo,
con toda claridad, el peligro de no intervenir con rapidez, de renunciar al tratamiento, aunque solo
fuera durante unos días.
Ella asintió. Era perfectamente consciente de
las consecuencias de su decisión. El hombre también. Sus manos se unían casi
con fiereza.Aún hablaron durante un rato. Le harían un
seguimiento minucioso, estarían a su lado en todo momento. Había todo un equipo
multidisciplinar que no les dejaría solos. Asintieron. Les vio salir, cogidos con fuerza de la mano.
Solo serán unas semanas, se dijo a sí mismo
sin querer dejarse vencer por el desánimo.
Después, cuando el bebé naciera, él podría
usar todo el conocimiento, toda la técnica, todos los medios que había a su alcance
para intentar salvarla.
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